Berlín, aquel hombre que entró al atracó y lideró la banda desde el interior, podía ser un verdadero hijo de puta, adicto a las mujeres, que no podía llegar a preocuparse por nadie más que por sí mismo. Pero ahí estaba el error. Él ya no tenía a nadie más de quién preocuparse. Su hermano, estaba seguro, operando desde la clandestinidad sin posibilidades que lo pillen. Y su otra mitad, aquel otro hijo de puta idéntico a él, que dejó esa noche con los labios hinchados producto de sus propios besos, con lagrimas en sus ojos y una promesa bonita rota entre su voz acentuada. Seguramente ya ni siquiera se encontraba en Italia.