Mi abuela sentía una debilidad por Harry, siempre le consentía y le regalaba dulces a escondidas de mi madre. Ella creía que a él le faltaba cariño, pero la verdad es que no. Incluso mis padres querían más a Harry que a mí. Era un niño demasiado consentido para ser el hijo de la niñera. Mis hermanas estaban encantadas cuando él llegó, escondido detrás de la falda de su madre con la nariz roja y los ojos hinchados de tanto llorar. Yo sabía que su presencia significaba problemas. Cuando el cumplió 16 le hicieron una fiesta, arrendaron un local e invitaron a los amigos de Harry y a los de mi familia. Fue espectacular, hubo fuegos artificiales y mis padres le regalaron un auto para cuando cumpliera 18 y sacara la licencia de conducir. En la noche, después de la cena especial que hicieron para Harry, mis padres se pusieron de pie y levantaron sus copas para hacer un brindis. Dieron un discurso aburrido de lo mucho que lo querían y que era considerado como uno más de la familia Albot. Entonces, la abuela comenzó a soltar lágrimas de felicidad, Lily no paraba de sonreír y mis padres se miraron entre sí como a punto de revelar un secreto. Pero lo que dijeron fue más que un secreto, fue mi condena. —Y por todo ese cariño que te tenemos, Harry —dijo mi padre, radiante con su traje negro que fue especialmente hecho para la ocasión— queremos que formes oficialmente parte de esta familia. Así que este es nuestro regalo de cumpleaños, la mano de nuestra querida hija ______.
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