Despierta, y sin abrir los ojos permanece así, atrapado por la idea que lo ha envuelto mientras soñaba. Algo le dice que es verdad, son meras cenizas el mundo, se lo escucha crujir y desintegrarse, como si un viento tremendo arrasara con todo. Es cuando se atreve a abrir los ojos: La ley de gravedad no existe: Todas las cosas sobre la superficie de la tierra, todos los animales sobre la superficie de la tierra, todos los humanos sobre la superficie de la tierra, ya no están. Se elevan a una velocidad supersónica hacia el cielo, donde ahora se forman nubes extrañas, filtrando por completo la luz del sol. El mundo a oscuras, como estaba antes de que abriera los ojos. Vacas, edificios, presentadores de televisión, autos, océanos, macetas, elefantes, violines, ipads, sombrillas, prendas de lencería, esculturas, manuales de origami, locomotoras, hormigas, guitarras eléctricas, gusanos de seda, flotan y se mezclan en las alturas, se golpean entre ellas, se las lleva el huracán. Ha volado también la cama donde ha despertado, las almohadas y las sábanas, las paredes que formaban su casa, el techo y los cimientos amurados a la tierra, y hasta de algún modo la ropa que lo vestía. ¿Dónde está persona que lo ama? Se ha quedado solo, ahora, en una tierra desnuda. Se arrodilla y llora, tantea el suelo que lo sostiene, desconfía de haber perdido también eso, y se acurruca sobre la tierra revuelta. De nada sirve llorar: sus lágrimas volarán también hacia las alturas. Estoy soñando, quiere pensar. Se ha ido el huracán. Se lo ha llevado todo. De pronto un sonido familiar lo estremece. Una mano se mueve entre los escombros. Alguien grita su nombre, pide auxilio, emerge de la tierra misma. Se pone de pie, y lo abraza.