Simple. Dos palabras. Ocho letras.
Desde mi perspectiva no era tan difícil pronunciar esas palabras, pero dado el acontecimiento que acababa de presenciar, para él era al contrario. Le parecía un mundo el simple hecho de que salieran de su boca, gastar aire para unas palabras así que después no tendrían ningún significado para él, que fueran música para mis oídos y tierra insignificante para el viento.
Notaba como pequeñas gotas dulces acariciaban mi mejilla mientras veía como su figura se mezclaba con la niebla de las calles de Londres y desaparecía.
Pensé que todo mi mundo se había venido abajo, que nada me agarraba a seguir viviendo. El puramente hecho de morir inundó mi mente por unos segundos y me formulé una excitante pregunta.
¿Sería capaz?