La tarea era sencilla, vigilar una de tantas fronteras de su territorio, evitar que un intruso no deseado pasase y no salir de la zona. Pero Miguel no podía evitar ver la maestría y agilidad con la que ese cazador maneja su arma de fuego a la hora de cazar animales justo en el límite de la frontera, oculto entre los árboles y matorrales, se sentía atraído hacia él que era su enemigo de toda la vida. Se conformaba con verlo de lejos, no era tan pendejo para acercarse. Pero todo cambió cuando se percató de un par de lobeznos jugando fuera del territorio, en dónde el cazador solía cazar.