La familia Everett era una de las más respetadas en Newark, New Jersey; el señor y la señora Everett eran abogados reconocidos, y sus tres únicas hijas gozaban de un conjunto de cualidades envidiables: belleza, inteligencia y carisma -solo hacia quienes ellas consideraran merecedores-. Sin embargo cada una de las chicas era diferente a su manera propia; Jazmín era una esbelta muchacha de diecisiete años con una melena castaña, ojos grandes color café y una tez blanca digna de cualquier reina de belleza, su personalidad gozaba tanto de vanidad como de un gran sentido de superioridad sobre los demás, grave error. Jessica era bastante alta, mucho más que su hermana a pesar de solo tener quince años, no poseía tantas curvas pero tenía una lisa cabellera negra y unos potentes ojos grises que le otorgaban el porte de cualquier modelo profesional; tal cual la mayoría de las modelos Jessica carecía de humanidad como valor, la superficialidad la perseguía a cualquier sitio donde sus pies -o su chofer- lograran llevarla. Jennifer, la menor de las hermanas que contaba con unos escasos catorce años, era la adquisición más dulce y angelical de los Everett; una pequeña niña rubia de ojos azules igual o más penetrantes que los de Jessica; su edad no le permitía mostrar signos de alguna curva o desarrollo corporal, sin embargo, el entorno en el que había crecido la habían llenado de una fuerte mezcla entre los defectos de todos en su familia, Jennifer era tan vanidosa como Jazmín, tan superficial como Jessica y tan materialista como sus propios padres, quienes sin darse cuenta estaban creando tres verdaderos monstruos de la frivolidad.
Asher pensaba que tenía una vida perfecta. Era el mejor en su equipo de hockey, tenía las mejores notas en la universidad y un grupo de amigos que parecían serle fiel.
Pero cuando conoce a Skye, la hermana de uno de sus mejores amigos cree que la chica está loca. Tiene una actitud tan dura que es difícil de romper y suele irritarlo todo el tiempo desde que se ha mudado a vivir con su hermano y él.
Y cuando los chicos del equipo le proponen que no conseguiría conquistar a alguien como Skye, lo ve como un reto que está dispuesto a jugar, una apuesta para conquistar el corazón de alguien como Skye es suficiente para que Asher acepte, pues es demasiado competitivo y no está dispuesto a perder su puesto en el equipo de hockey y pasarse el resto del año en la banca como le han apostado.
Sin embargo, a medida que conoce a Skye, Asher se da cuenta que la chica es todo lo contrario a lo que le ha tratado de demostrar, conquistarla no parece tan complicado como pensaba y el corazón de ella no parece ser el único en juego.