Todo empezó aquel día cuando por las grandes puertas de urgencias del hospital entró una mujer que apenas podía ver y con trapos harapientos vistiendo su pequeño y delgado cuerpo, pidiendo ayuda. Entre todo el caos de la sala parecía que nadie le prestaba atención. En su desesperación, la mujer tanteo hasta chocar con un fornido pecho. Tratando de enfocar la vista que no poseía, suplicó: ―¡Por favor! ¡Ayúdeme, por favor! Los matará, nos matará, ayuda por favor. Más la súplica quedó enmudecida porque la portadora de aquella voz se desvaneció cual copo de nieve. El cansancio de haber caminado kilómetros buscando ayuda para sus hijos, por alguien que los salvara de aquella bestia... Por un rayo de esperanza. El último pensamiento coherente fue de uno de sus hijos encerrado y de rostro poco conocido debido a que la bestia la había apartado de su bebé meses después de su nacimiento. OBRA COMPLETAMENTE MÍA. PROHIBIDA SU ADAPTACIÓN. OBRA REGISTRADA.