|¿Cómo...? ¿Cómo decirle lo que siento si no va a oírme?| Ha pasado otro día, y la situación de Dash con su madre es la misma: tan fina como una aguja, tan aburrida como sentarse solo a mirar. Ella sigue actuando como un robot sin tener en el hogar a su padre, cada vez parece apagarse un poco más. Y Dash no puede dejar de sentirse mal, no sólo por ella, sino también consigo mismo: ¿por qué debe importarle tanto si él ante sus ojos no es casi nada? ¿Es esa conexión madre-hijo o un sentimiento de culpabilidad? Se está convirtiendo en un hijo malo. En uno que duda. Pero, claro, todos los niños pasan por algo similiar en alguna parte del largo viaje de su crecimiento personal. Así que, cuando su madre le plantea la idea de comprar un robot, Dash sabe que ahora sí van a desecharlo: un robot haría todo lo que él, ocuparía su lugar y hasta uno mucho más estimado frente a su madre. Sólo que él no ha pensado que, tal vez, los roles podrían invertirse. [Ladrones de Escalofríos]