Llovía, y ese día había recorrido el campus al trote, pensando que nada malo podría ocurrir. Hasta que se encontró de frente con ella... Y la miró a los ojos... Estaba llorando. Lloraba de forma desconsolada, como si la hubieran destrozado. Pero Annie Riley no lloraba por cualquier cosa. Lloraba por lo que valía la pena. O por aquello que la hacía enojar mucho. Varios meses después de las muertes que los rodearon, Devon Vanderbilt se encontró en un laberinto de dudas; debía de tomar una decisión: nadar contra la corriente aprovechándose de su posición social, o aceptar un destino pautado, sumisamente, como un fiel creyente católico, aunque esto significase perder a quien ama. Del cuello le cuelga una cadena de oro, cuyo dije es una cruz. Annie tiene a Santa Cecilia. Pero él nunca quiso dejar en manos de la mártir el cuidado de alguien a quien está viendo... Violentada, manchada de sangre y abrumada. ** Segunda parte de «Donde habitan los demonios».
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