"...Por ello, en este momento, en mi calidad de Presidente de la Organización de las Naciones Unidas... en vista de nuestra incapacidad de mantenernos, en nombre de todos y cada uno de los gobiernos de la Tierra, declaro nuestra rendición gubernamental total y absoluta...
...A nuestros opresores, casi hermanos, quiero comunicar y dejarles en claro que hoy anuncio la rendición gubernamental, más no la rendición del espíritu humano. Allí donde un hombre, mujer o niño quiera luchar por librarse de la opresión, éste lo hará. No podrán arrebatarnos, ni renunciaremos, al derecho inalienable de luchar por los dos tesoros más valiosos que siempre hemos tenido, nuestra vida y nuestro futuro.
Y a mis hermanos, la humanidad, les pido, mientras tengan vida, amen. Aférrense a lo que les sea valioso y luchen por ello. Su vida es valiosa, ámenla también. Apóyense unos a otros. Protejan la vida, abrácenla. Que su espíritu nunca muera. No todo está perdido..."
Fragmentos del discurso dado en cadena mundial por el presidente de la ONU, poco tiempo después de haber recibido la misiva más impactante de la historia humana. Y poco antes de ser cruelmente asesinado en su oficina mientras trataba de escapar.
La economía se rompió. El sistema colapsó sobre sí mismo. La religión crujió de insuficiencia. Los gobiernos, impotentes, se disgregaron. Una letal pandemia asoló la humanidad. El mundo roto en miles de pedazos lloró por sus vivos.
Algo inimaginable estaba bajo nuestros pies. La Tierra escupió la escoria que llevaba dentro. Seres que como parásitos se gestaron en sus entrañas esperando su momento para surgir. Seres evolucionados y con un deseo voraz de conquistar que ascendieron del abismo para tomar lo que creyeron suyo. No hubo quien les pudiera hacer frente. ¿O sí?