A ella le encantaba bailar. Teníamos veinte años cuando vivimos algo así como una relación de novios. Me esforcé para reconstruir a Karla conmigo: no a Karla, aquella mujercita intelectual, atrevida e idealista que vivía el estudio de las leyes y la noche de Lima con la misma pasión porque para ella todo se resumía o parecía resumirse en una pasión; sino a Karla: a Karla de la mano, en la cama, en el cine, besándonos en las plazas y en los taxis: mi Karla, mis tres años con Karla. No me cuesta recordar aquella risa porque solía distinguirse larga y gruesa, como esos saxos que exageran los blues. También me acordé de cómo sentía ella la música: "La música no conoce la quietud; nadie puede hacer música sin moverse, y este movimiento egoísta no acepta otra cosa que a sí mismo, y no se puede pensar mientras se hace música; entonces yo, como no puedo hacer música, bailo, que es mi mejor manera de entender sin pensar y de asumir ese movimiento". Ella siempre bailaba.
4 parts