Tal como Ícaro voló muy cerca del sol y cayó al derretirse sus alas, Keigo también cayó al tratar de tocar esa mano que tomaba cada noche para sentir algo de calor en esas frías y adoloridas noches donde el dolor era lo único que le recordaba que era un humano, aunque se asemejaba más a un pájaro enjaulado. Touya durante años cargó con el peso de quien no pudo salvar, aquel cuyas alas derritió con su azul fuego, sin embargo, en una brillante noche descubrió que la carga que traía encima era tan ligera como el peso de una roja pluma.
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