Atacó tan lento y silencioso que nadie lo vio venir. Sucedió de un momento a otro. Comenzó con el internet, nos dijimos a nosotros mismos que aquello solo era un pequeño inconveniente y que en pocos días volvería, pero no fue así. Siguió con la electricidad, ya no teníamos agua caliente, ni forma de informarnos por la televisión y mucho menos alguna manera de contactar a nuestras familias. Y entonces, uno de los nuestros lo escuchó. Un sonido tan bajo y tan aterrador que venia desde las puertas que conducían a la salida. Donde se supone que debían estar los soldados vigilando, pero estos ya no estaban allí. En cambio, bestias aterradoras y deformes, furiosas y hambrientas, eran quienes esperaban atentos y listos para atacar. Y nosotros no lo supimos hasta días después.