Hace unos 40.000 años nuestra raza, tras haber superado el duro invierno volcánico que generó la explosión del volcán Toba, llegó a Europa proveniente de África. La habitaban unos seres más bajos, de piel más clara y cabeza más achatada. Tenían enormes narices y grandes músculos, pero también cerebros tanto o más complejos que los nuestros. Unos enormes arcos superciliares proyectaban hacia adelante sus cejas, protegiéndolos del brillo del sol sobre la nieve. Eran un pueblo antiguo, que había encontrado en las cuevas y los valles del Viejo Mundo su lugar. Durante al menos 5.000 años -quizás hayan sido incluso hasta 10.000-, convivimos con ellos. Con otros seres capaces de enterrar a sus muertos, de hablar lenguas complejas, de usar herramientas y de vivir en sociedad. La suya era una cultura primitiva, pero más avanzada que la nuestra en ese momento.
Al mismo tiempo, en Asia, algunas ramas del Homo Erectus aún habitaban las interminables estepas. En Oceanía, razas de humanos pequeños, llamados Homo Floresiensis, intentaban sobrevivir cazando elefantes enanos. Nadie sabe a ciencia cierta si no había otros humanos entonces en el mundo, de los cuales, quizás, no hayan sobrevivido ni siquiera los huesos.
Lo cierto es que, en aquel tiempo, estaban ellos y estábamos nosotros.
Y que, de alguna forma, ellos desaparecieron, y nosotros no.
Mi chica e' modelo, Gigi Hadid
Yo sigo invicto, como Khabib
Tengo mi vida en Argentina
Tengo mi gente acá en Madrid
Franco me dice que no pare
Que, en par de meses, sueno en París