Nunca fue destinado a ser una persona, a tener emociones y deseos y anhelos tontos. Estaba destinado a ser la encarnación de lo que ellos creían que era la esperanza. Y aún así, ahí estaba, sorbiendo chocolate caliente con azúcar y jugando a las adivinanzas con un chico cuya risa sonaba como una estrella fugaz, en una simple cocina a las tres y media de la mañana.