Literalmente (y en la forma literal de la palabra, no el uso que le damos ahora los adolescentes,) estoy comiendo papas fritas, de esas que los doctores no te recomiendan, mientras escribo esto. Esta es mi rutina: como, limpio mis dedos índice y pulgar en mi short y escribo.
Estoy en mi habitación, con el portátil en las piernas, rodeada de la ropa que acabo de doblar y escuchando a mi familia hablando afuera. Los veo desde mi ventana, pero no me uno a las conversaciones, me siento fuera de lugar incluso con ellos. Tengo puestos mis auriculares pero no hay música reproduciéndose... y estoy vacía.
No estoy llorando, aunque las ganas no me faltan, y no tengo alguien a quién acudir. Creo que lo único que me queda por hacer es hacer los trabajos de la U, a pesar de que ellos aumentan mi sensación de no ser suficiente. Pero, ¡hey!, mamá y papá están felices ¿no?
Este es mi diario, lo necesito y publicarlo me hace sentir bien. No hay necesidad de prestarle atención. Este diario es vacío, igual que su escritora.