Custodia estaba sirviendo el chocolate a su patrona y el prometido de esta cuando comenzó su desgracia. Vivía en aquella casa desde los ocho años, cuando su madrina de bautizo la dejó allí como criada. La casa era inmensa, mantenerla limpia y ordenada requería mucha dedicación. Aquella tarde de vientos helados, el dichoso prometido admiró la belleza de la joven criada que los atendía, y se atrevió a hacer una broma mal calculada al decir que incluso se casaría con ella. Custodia no conocía siquiera su nombre ni sus intenciones, pero no había vuelta atrás: su patrona, Bernarda Dávila, se sintió celosa y frustrada en sus planes de casamiento por culpa de una sirvienta joven y más bonita que ella.