Barry Allen tenía todo lo que cualquier persona querría. Un poder increíble, la capacidad de ayudar a los demás y hacer justicia. Tenía amigos, de los mejores que habían; lo ayudaban en su día a día combatiendo el crimen y siempre había tiempo para ir por unos tragos después de trabajar. También, gozaba del calor y cariño de una familia adoptiva que siempre lo había considerado como uno más de su sangre. Y, como cereza del pastel, la mujer más preciosa de todas estaba enamorado de él, con la misma intensidad con la que él la amaba. Estaba completo, no había nada más que pudiese pedir.
Excepto, tal vez, tiempo... Tiempo con la mujer de sus sueños.
Nunca había sido lo suficientemente rápido, siempre faltaba más. Y lo peor del caso es que su falta de velocidad le había costado la vida a la que él sentía era el amor de su vida. Iris West, la que esperaba sería su futura esposa, se había ido para siempre... Y era todo su culpa. No pudo salvarla.
Sabía que ya no podría ser el mismo y eso le dolía. No tenía ni idea de cómo seguir adelante después de la muerte de Iris, tampoco es que quisiera hacerlo. Estaba estancado, perdido... Roto. Ni siquiera estaba seguro de que alguna vez pudiera superar ese enorme dolor dentro de él.
Y entonces, Amaia Zabat apareció.