Sonríe. Relájate. Voy a contarte un par de historias. Luego decidirás si la he contado bien o es puta mierda.
Seguramente son puta mierda, pero tenme un poco de compasión.
La merezco.
No es cierto. Pero tenla de todos modos.
Acompáñame en este viaje. Ven dame la mano. Crucemos juntos. Mira para ambos lados. No vaya a ser cosa que terminen atropellándote.
Son solo relatos de un convicto. Mi casa es ahora mi prisión, aunque de un modo u otro siempre lo fue.
Mi madre me dice que son cuentos que le contarías a tu madre, pero me gusta que así sea.
Mis historias son como un golpe, una cachetada repleta de sarcasmo y decepción.
Ninguno es como una caminata en una tarde de verano. Mas bien son como el beso de un travesti a las cinco de la tarde en la puerta del colegio de tus hijos.
Un pelo en la sopa, que puede ser tuyo o de los huevos del cocinero y que te das cuenta que está ahí justo después de habértelo puesto en la boca.
Si no te gustan, te ofrezco las disculpas pertinentes.
Si discrepas con algo que he puesto, seguramente el equivocado sea yo.
Si te ofende, lo lamento. No todo en el mundo está pendiente de no dañar tus sentimientos y si te lastima lo que pongo en un papel, necesitas más ayuda de la que crees.
Lamento tener la mano sudorosa, es que me gustas un poco. El abultamiento en mi pantalón no es otra cosa que mi celular.
Aquí vivo. Pasa ven, ponte cómodo.
Solo será un momento, el que tu desees. Puedes irte cuando quieras, pero primero déjame poner llave a la puerta. Siempre que se cierra una puerta se abre una ventana, dicen los creyentes.
Cerraré también las ventanas, hace un poco de frío.
Todo el mundo tiene historias que contar. Cuentos, relatos, pensamientos. Es en la forma de contarlas en lo que nos diferenciamos.
Deja que te cuente, a mi particular modo, los míos.