El arete de filigrana de mi oreja izquierda se enganchó con la blusa bordada. La oreja hacía las veces de chicle mientras el arete discutía con los hilos del capús. Mi oreja les pedía que calmaran sus impulsos de arrebato, mientras el coliseo entero estaba absorto entre el bullicio y el frenesí. Era la gran final del concurso de baile, solo faltaba un paso más para llegar a los tres finalistas.