Algo raro comenzó a pasar. Todos los días, justo siete minutos antes de dar la media noche, veo un auto estacionar en la casa de enfrente y compartir una mirada cómplice con la residente de ahí. No conozco la situación de ellos, no conozco sus intenciones y en definitiva no conozco sus identidades. Pero me gusta pensar, que aquellas siluetas son dos amantes afligidos por algo en común.