En «El problema final», la última aventura de Las memorias de Sherlock Holmes, Watson daba cuenta de la desaparición del «mejor y más inteligente de los hombres» que hubiera conocido. Los lectores se soliviantaron. Uno escribió a Doyle tratándole de «¡grandísimo bestia!» por haber sido cómplice de su muerte. Su propia madre le prohibió que cometiera tamaña tropelía. Diez años resistió el autor la presión intolerable de su personaje. Una mañana de primavera de 1894, el doctor Watson se desmayó por primera y última vez en su vida. Ahora sabemos que la causa fue el asombro que le causó la inesperada visión de un resucitado: Holmes había vuelto a la vida.
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