Bast era muy distinto a los demás. Y no lo decía en el sentido figurado, de hecho, a parte de tener un físico envidiable, personalidad llamativa, una inteligencia inigualable y una increíble capacidad de dejarme sin paciencia en menos de tres oraciones -sin exagerar-, él era un vampiro. E increíblemente ése era uno de los menores problemas que tuve cuando lo conocí. Bast y yo éramos como agua y aceite. Pero teníamos una cosa en común. Él escondía su verdadera raza y yo escondía mi verdadera persona. Podríamos decir que lo único que Bast y yo teníamos en común era que ambos mentiamos y que ambos sabíamos mutuamente que estábamos mintiendo. ¿Qué podría salir mal en un tóxico y suicida amor letal?