Arándanos y Ciruelas. [Namjin]

Kim Namjoon era un hombre de ciencia, un eminente doctor en castas cuya sola mención despertaba respeto y temor por igual. Era el mejor en su campo, el más capacitado, el más brillante. Su autoridad no solo radicaba en su conocimiento, sino en la forma en que se erguía, en la firmeza con la que pronunciaba cada palabra y en la gravedad de su mirada, capaz de hacer titubear incluso al Alfa más dominante. Donde él caminaba, las sombras parecían alargarse, sometiéndose a su presencia imponente.

Creía en el destino. Creía en la fuerza inquebrantable del amor, a pesar de que este le había fallado dos veces, dejándole cicatrices que ni el tiempo ni su intelecto podían sanar. No era un hombre que titubeara, ni uno que dudara de sus convicciones. Sabía que cada historia seguía un curso predestinado, que cada lazo estaba trazado por fuerzas inmutables... hasta que lo conoció a él.

Un Omega de ojos desafiantes y sonrisa ladina, con el aroma de la insurrección impregnado en la piel. Un Omega que no titubeó, que no se arrodilló, que no bajó la mirada ante su autoridad como si la temiera o la respetara. No. Ese Omega lo desafió con una osadía que rayaba en la insolencia, pero se mantenía en su elegancia, como si la magnitud de su existencia fuera irrelevante, como si no supiera quién era Kim Namjoon... o peor aún, como si sí lo supiera y simplemente no le importara.

Y en ese momento, por primera vez en su vida, el Alfa sintió que toda su erudición, todas las horas dedicadas a estudiar los instintos y la naturaleza de la casta Omega, no le servían de nada. Porque, una vez más, ese Omega-el mismo que se había marchado la primera vez-se convertiría en un espejismo, en una herida latente, en la razón de su caída.

Pero esta vez era diferente.

Porque esta vez, él no estaba dispuesto a dejarlo marchar.

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