La noche había sido larga, la primera del año, algunos habían bebido mucho pero no tanto como ella. - Joder ya pareces mi madre - Sus pasos eran poco coordinados - ¿Ya te dije que te quiero mucho? - Sí, sí ya cállate que nos van a oir - La senté en la cama, quite su brazo de mi cuello la dejé caer - Joder después dices que yo soy la fresa. La dejé allí quieta y callada, parecía que al fin se había terminado la lucha. - No te vayas, sabes te quiero mucho - Se había sentado de nuevo, me abrazó y me habló al oído. A los minutos salí desconcertada no podía creer lo que me había dicho, camine algo bacilante, quizás el alcohol había hecho efecto o quizás se me había bajado la presión. Busque su habitación, necesitaba de su calor y consuelo. Todo estaba en silencio, gire la perilla y abrí lentamente, asumí que estaba durmiendo. - Ya quería que la noche acabara - Su dorso semidesnudo con las manos sobre él, mientras lo ahogaba con su boca - Dime que lo deseas tanto como yo. No decía nada solo la besaba, dando la estocada final y acabando con mis ilusiones. Corrí ahogada en mi sollozo, no quería estar más en allí. No podía creer todo lo que había pasado en esa noche, cuántas mentiras habían salido a la luz. Yo también tenía mi lista de silencio, pero jamás había pensado que quienes amaba tuvieran una con mi nombre. Ahora podía entender que absolutamente todos tienen historias y pensamientos que resguardan en el silencio más profundo, por temor a perderlo todo o por temer a no saber lidiar con lo que puedas ganar. Y es que en la vida todos tenemos infinitas palabras que callamos de manera consciente o inconsciente, haciendo que exista una larga lista de lo que jamás dijimos.