Llevábamos como dos horas en aquella discoteca del centro de Virginia y hacía como cuarenta minutos que un chico situado en un reservado a mi derecha no dejaba de mirarme, debería sentirme acosada pero no lo hacía, el tipo no me miraba de esa manera que tanto había visto en todos los violadores que había detenido en todos mis años de carrera. Era un hombre realmente guapo y elegante, muy elegante, como si fuera un niño rico de papá, y odio a los niños de papá, pero algo en él me atraía completamente a caer en sus brazos. Obviamente soy muy buena con mi mirada periférica, por eso él no se dio cuenta de que lo había descubierto y justo por eso se acercó a mí, vino a hablar conmigo, y sí, tardó lo suyo en decidirse a venir a hablar conmigo, y el tipo me era realmente conocido, no sabía de qué lo conocía y eso me aturdía mucho. Llevo toda la noche mirándola en la distancia, como un maldito perturbado, pero ya no puedo aguantar más sin hablar con ella, necesito tenerla cerca, que me embriague su olor, que seguramente seguirá siendo malditamente embriagador por lo que, me levanto de la mesa y me dirijo hacia el lugar en el que está, tocando su brazo suavemente e intentando no asustarla, no quiero que salga corriendo ni tampoco que me dé uno de esos derechazos que alguna vez me llevé de niño. León y Gabriela se conocen desde niños, él siempre la amó, ella siempre lo odió. Dejaron de verse por tantos años, que al reencontrarse casi ni se reconocieron. ¿Quién sabe si fue la noche, el alcohol, o el estar predestinados? Pero a partir de ahí sus futuros se unieron. Tercera entrega de la serie Deudas. Primera y Segunda parte ya a la venta en Amazon, en físico y digital, en España, Latino América y Estados Unidos, en español y en inglés. Historia realizada desde el punto de vista de Gabriela Castillo y León Hernández.All Rights Reserved
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