Y se enamoró de una forma tan perfecta que no sabía si estaba soñando. No estaba segura de lo que le deparaba el destino, pero estaba segura de lo que quería: Harry. Solía morir cada día más al ver esos ojos mirándola fijamente. Sin embargo, eso que la mataba le hacía sentir viva. Era su hogar, su casa, su vida. Y es que, para Katerine, no había lugar más seguro que quedarse a vivir entre los brazos de Harry.