De entre todas las personas que ahí había, ella pudo sentir cuando él cruzo el humbral de la puerta, en ese momento sintió como toda su sangre corría a mayor velocidad por sus venas.
Dejo de delinear su copa de vino con su dedo índice y alzó la mirada, solo para encontrarse con sus hermosos ojos grises, al instante lo reconoció, al instante supo que era él, a quien tanto había estado esperando.
Durante unos segundos, el tiempo se detuvo, solo existían ellos dos en la misma habitación, él tampoco comprendía muy bien, por qué se había sentido de esa forma al entrar ahí, pero definitivamente sabía que esa mujer que lo miraba con esos asombrosos ojos violetas, era lo más hermoso que había visto en toda su vida.
Una sonrisa cruzo sus labios rojo carmesí de ella, avanzó lentamente hasta ese apuesto caballero de barba y cabello negro como la misma noche, mientras trataba de controlar esa hambre insasiable por devorarlo.
El pueblo de Grafton es una localidad pintoresca, en el corazón de las montañas Apalaches. Sus calles adoquinadas serpentean entre frondosos bosques y el aroma de los pinos se mezcla con el dulce esencia las madreselvas. Es un santuario de árboles centenarios, donde el aire vibra con el canto de las cigarras.
Los residentes de Grafton son un grupo resilente: gente del diario, que se levanta con la salida el sol y trabaja duro en los campos. Por generaciones, se han contado historias que envuelven a cuatro familias, a quienes el pueblo debe su fundación: Sutherland, Finland, Walker y Shea. La marca de los fundadores ve frutos en un pueblo que, ante todo, sobrevive.
Pero si alguna vez te encuentras en Grafton, debes andar con cuidado. Tras la aparente belleza se esconde un secreto, una verdad que desafía el tiempo y la razón. Una melodía siniestra que reclama de entre las arboledas y que sólo puede acallarse con sangre...