Hola, toma asiento y ponte bien cómodo -o cómoda, ¿qué más da? -, lo necesitarás. Mi nombre es Amaia y quisiera hacerte una pregunta: ¿qué estás dispuesto a hacer cuando tienes la soga al cuello? -no literalmente, por Dios-. Bien, pues yo no dudé cometer mil y una locuras para remediarlo; y francamente, la cosa se torció un poquito...
*Un poquito dice...*
Cállate.
Todos tenemos un don, un talento que puede estar oculto o no, el mío es tomar tantas malas decisiones como sean posibles, sí, como si fueran agua. Y todo esto, amigo mío, lo pude descubrir en cuanto conocí a Diego.
*Uff... ¡Diego! Creo que hace calor aquí.*
[Pone los ojos en blanco]
Suelo imaginar un mundo en donde Amaia -sí, colega, sin confusiones: yo- no haya sido tan imbécil, pero lo perfecto no existe y por ende ni en billones de realidades alternativas eso sería posible.
*¿Billones? Já, infinitas.*
Okay, creo que lo más imbécil es que hable conmigo misma y escuche constantemente la maldita vocecita que...
*Oye...*
¡Deja de interrumpirme!
Como decía, ¿de qué vale lamentarse? Exacto, de nada porque ya estoy jodida y lo hecho, hecho está. Aunque, mientras tenga a Diego y a sus bonitos ojos cerca no creo que me molesten mucho las consecuencias de mis actos; al menos no por el momento, al menos no si a él tampoco le molestan.
*Al menos no hasta que se haya dicho la última palabra...*
Al menos no si todos callamos, y ninguno habla.