Cada vez que me acostaba en mi cama, con una pierna encima de la otra y me ponía a leer un libro, fantaseaba con que alguna vez me pasara algo similar a los romances de los protagonistas. Sonreía cuando me imaginaba enamorándome del típico chico malo o quizás del chico bueno que fuera también algo pícaro. Sin embargo la realidad es muy diferente. Él no es ni remotamente parecido a algún protagonista de aquellos libros que amaba devorar. Era despreocupado, insufrible y sus chistecitos malos me sacan de mis casillas, y eso que suelo ser muy paciente. Luego me di cuenta de que aquella rabia era solo una ilusión, un montaje para esconder el deseo incandescente que siento por él. Siempre había leído que del amor al odio solo había un paso. Con Alex fui consciente de que del desagrado al amor había un pequeño camino, el problema era si estábamos de acuerdo en cruzarlo. Había vivido muchas vidas a través de mis libros, pero eso no significaba que supiera que hacer con la mía.