Me encantaba tumbarme en aquél monte las noches de verano y observar la solitaria luna en ese mar azul y morado decorado de miles de millones de pequeñas estrellas. Siempre pensé que todas las estrellas brillaban de la misma manera, que ninguna brillaba más que otra, siempre hasta que lo conocí a él. Cómo con tan solo una de sus hermosas sonrisas podía darte una vuelta el corazón, cómo estando con él, te sentías arropada, sin nadie que pudiese lastimarte. Sin duda, yo estaba equivocada, porque él, era la estrella más brillante.