Lorianne había pasado toda su vida tratando de ayudar a su familia a salir adelante de la poco favorable situación económica en la que se encontraban sumergidos, con mucho esfuerzo por parte de sus padres y gracias a una beca universitaria pudo entrar en una carrera de contabilidad, donde aprovechaba su talento con los números, así esperando conseguir un mejor trabajo ya que el suyo de medio tiempo como camarera no le era suficiente para los gastos de la casa y ahora tampoco alcanzaba para el nuevo tratamiento médico que su madre necesitaba. Frederick, así como lo definía su nombre, era un hombre fuerte y justo. Sus ojos parecían ser de un peculiar color gris que si los mirabas detenidamente podías ver unas pizcas de azul y miel, su cara bien definida hacía juego con su ancha espalda y sus fuertes brazos. Respetado por sus trabajadores y amado por sus familiares y amigos, siendo heredero de una de las cadenas hoteleras más grandes de todo el país, tuvo que dejar atrás su alocada adolescencia para convertirse en el hombre disciplinado y de negocios que es hoy en día. Sus caminos chocan abruptamente en cuanto Lorainne junto a su padre, desesperados por reunir el dinero necesario para costear el tratamiento de la adorada Elizabeth, idean un robo perfecto; un robo perfecto en el cual Frederick se va a encontrar destinado a participar.