Adara Ivanov siempre tuvo claro su propósito, uno tan frío y absoluto como el filo de una cuchilla: matar.
Desde que era una niña, sus ojos aprendieron a no temerle a la muerte, pues fue la presencia constante en su vida. Criada bajo la tutela de un padre que no conocía otra moral que la de la eficacia letal, Adara se formó en el arte del sigilo, la precisión y la calculada frialdad.
Cada víctima era solo un nombre más en la lista interminable que parecía definir su existencia. A esa altura, ya no era solo una sombra; era una leyenda temida por cinco gobiernos, una caza recompensas que, por mucho que la buscaran, nunca podían atrapar. Su habilidad para desaparecer, para dejar atrás un escenario limpio, era tan perfecta que muchos se cuestionaban si realmente era humana.
Pero la perfección, como todo, se derrumba en el momento más inesperado.
Una pista, un leve desliz, la arrastró al abismo. En un parpadeo, se encontró atrapada, en un peligro mucho mayor, uno que no había anticipado: un trabajo que iba a costarle más que cualquier otra vida que había tomado. La situación no le dejaba margen de maniobra, atrapada entre la espada y la pared, con cada opción pareciendo peor que la anterior.
Con su mente afilada como siempre, Adara no dudó. Era una mujer acostumbrada a moverse con velocidad y eficacia, utilizando todo lo que tenía a su alcance: sus contactos, su entrenamiento, su frialdad. Y, sin embargo, sabía que esta misión sería diferente. Porque, por primera vez, su vida podría cambiar irrevocablemente.
En el momento en que aceptó el trabajo, algo en ella pareció quebrarse. No era solo otra tarea, otra muerte más. Había algo más profundo en juego. Pero ella lo desconocía. Solo confiaba en lo que había aprendido a lo largo de los años: la clave era la supervivencia.
Esta misión no solo la llevaría al borde de su habilidad. La haría tropezar con su propia humanidad.