Tejida entre sombras

Decisiones.

Toda nuestra vida se tejía, casi sin notarlo, en torno a las elecciones que, de una forma u otra, acabábamos tomando. Cada gesto, cada decisión apenas visible, delineaba el sendero ineludible que terminaríamos recorriendo, como si el destino se escribiera en susurros cotidianos.

Y en este punto, mientras el olor a hierro calaba mis fosas nasales, me preguntaba cuáles elecciones me habían conducido hasta este preciso momento. ¿Qué pude haber hecho diferente para no haber terminado aquí?

Las gotas carmesíes se escurrían entre mis dedos siendo percibidas en cámara lenta por mi atormentado cerebro. El cuerpo inerte frente a mí yacía en la acera de aquella calle solitaria; su rostro ensombrecido por la ausencia de vida y de luminiscencia.

El frío sereno entumecía mis huesos en tanto mantenía la vista fija en el desconocido. Sus risos azabaches se habían manchado por la inmensurable cantidad de sangre que borbotaba de su cabeza; ni siquiera distinguía el lugar exacto en que le había golpeado, solo sabía que aquel hosco y desesperado impacto había sido lo que le había arrebatado su existir.

Mi cabeza palpitaba de una forma tan lesiva; la culpa hormigueando en la humedad siniestra de mis manos, y la bilis haciéndose notar en mi garganta.

¿Qué había hecho?

¿Cómo había sido capaz de llegar a esto?

Mis piernas flaquearon presas por el miedo de lo se me avecinaba y terminé de rodillas en el piso. Todo esto me sobrepasaba; era la segunda ocasión en que me encontraba ante un occiso y justo como la primera vez, el pánico me disipaba.

En definitiva, al despertar esta mañana con la efusividad de celebrar mi cumpleaños, lo último que imaginaba era terminar el día con el peso de una vida extinta entre mis manos.