Cuando a Elena Alcaraz alcanzó una edad madura los más jóvenes la miraban como alguien a quien respetar, alguien madura, con cientos de buenas historias las cuales no se cansaban de escuchar. "Es una pena" pensaban todos al verla. Pero había una historia que ella no podía olvidar, que estaba tan aferrada a su cerebro y su corazón que cada que volvía a contarla volvía a recordar el sentimiento al escuchar cada frase.