Te habría regalado Roma, pero, sé que ni Roma aceptarías si yo te la ofreciera, puesto que en mis besos, mientras yo alcanzaba el cielo, tú, no sentías más que arrepentimiento. No sientas, ya siento yo suficiente pena viendo como me voy perdiendo. Desaparezco, ya no hay colores. Mis manos siguen destiñendo desde que las tuyas las rozaron dejando la transparencia del vacío que recorre por mis venas.