Algo iba mal. Y de un modo terrible, Sarah lo sabía. Se le secó la boca mientras su corazón le latía con estruendo. Por la cuesta empedrada podía escucharse el sonido producido por los cascos de los caballos de esos enemigos que portaban la cruz. Y cada vez, estaban más cerca. Un gemido de miedo salió de su garganta y Sarah, corrió en medio de la oscuridad para intentar ocultarse. Escondida entre enormes tinajas semienterradas en el suelo, fue incapaz de moverse o de hablar, paralizada de terror como estaba; solo podía morderse el puño para no dejar escapar un grito ahogado que pugnaba por salir de su pecho. Aquellos demonios de capas blancas la habían encontrado y como precio, reclamarían su vida. Don Rodrigo Manrique, maestre de la Orden de Santiago y nuevo comendador de Segura de la Sierra, alcanzó el lugar donde se suponía que ella se ocultaba. Solo había una judía con habilidades curativas en aquellos contornos y tenía que ser Sarah. La imagen de su rostro lo había torturado cada noche. La puerta de madera que tenía enfrente de sí, no lo detendría. Cuando Sarah escuchó el golpe seco de la puerta al derrumbarse, apretó los ojos con fuerza. Una enorme fiera negra se adentró en el interior del lugar y alcanzó la última tinaja donde se encontraba escondida, por puro instinto levantó la cabeza y los miró: bestia y soldado. Los débiles rayos de luna procedentes del exterior iluminaban la imponente armadura del caballero cristiano cuyo espada levantada en alto, daba claro testimonio de su misión. Sin poder ver la cara de su ejecutor, Sarah cerró los ojos con fuerza y esperó el golpe certero que acabara con su vida. Nº DEPÓSITO LEGAL: J 792-2020
29 parts