DELILAH

No recuerdo cuándo mi cuerpo empezó a deteriorarse. Un día respirar dejó de ser un acto reflejo y mi cerebro tuvo que hacer un esfuerzo doble para llevar el aire a mis pulmones.
El dolor era insoportable; latente y persistente en el pecho de una forma que me dejaba agotada en segundos.
Pero ignoré todas las advertencias que mi cuerpo me estaba dando y decidí seguir con mi vida, como si convivir con un dolor constante fuera lo más normal del mundo, como si todos lo hicieran.
Lo oculté, hasta que ya no pude hacerlo.

CUENTO CORTO