Desperté aquella mañana sin ganas de vivir, mi almohada estaba empapada por las lágrimas que llevaban tu nombre y tu recuerdo impreso. Me levanté y me dirigí al espejo del baño. Mi imagen había cambiado, ya no era aquella dulce niña a la cual un día sonreíste. Los ojos apagados, muertos, cansados de llorar; el pelo descuidado y sin peinar. Me lave la cara creyendo que así mejoraría algo, pero todo fue en vano. Me mire, igual que el soldado mira sus heridas tras la batalla y sabe que jamás volverá a combatir.All Rights Reserved
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