- No abras los ojos. - Le pedí. -¿Por qué? - Me preguntó con los ojos cerrados. - Corres el riesgo de que me enamore. - Me gustaría correr ese riesgo. - Abrió los ojos. Cerré los mios. - ¿Qué haces? Abrelos - rió - No - reí - Oh, vamos. Yo también me quiero enamorar. - Jamás te enamorarías de mis ojos, son demasiado... normales. - No hay nada normal en ti, eres tan única cómo el colacao. - Si claro, ¿yo y cuantas más? - Tú solita amor. Ahora abre los ojos, quiero verlos. - Los has visto muchas veces. A demás son normales.- Abrí los ojos. - Me acabo de enamorar. - Sonrió con ternura. - ¿De la rubia que acaba de pasar detrás de mi? - Ahora mismo la rubia me la suda. Solo pienso en ti. - Seguro. - ¿No me crees pequeña? - No, no te creo princeso. - ¿Por qué me llamas así? - Porque sí. - ¿Si te llamo zorra me llamarás puto? - Es una lástima que semejantes ojos, pertenezcan a semejante imbécil como tú. - No te pega. - ¿El qué? - Ese carácter tan fuerte con la carita y cuerpo de ángel.