Antes pretendía saber lo que era el dolor. Ya que esas caídas de los árboles y raspones que sufría pretendiendo ser un buen deportista, siempre fueron causa de exageradas lágrimas en mis ojos. No obstante ahora, comprendí, que durante todo ese tiempo no fui más que un niñato llorón. Pues nada se compara, con el malestar que siento cada vez que suelta una de sus malintencionadas palabras. Nada iguala el sufrimiento que profeso. Sigo fingiendo, diciendo que todo está bien... mientras por dentro duele. Y soy un tonto. Porque no importa el daño que me cause, me encuentro lejos de odiarlo.