Guerrero de Yuan: El Guardia del Emperador.

Cuenta la leyenda que, cuando en la tierra solo estaba vivo el mar del este. Habitaba en ella un dragón: El Gran Dragón, el Dragón Negro. Se dice que este dragón volaba a ras del mar hasta el ocaso del cielo, custodiándolo celosamente. Todos los días se sentía dichoso de contemplar en silencio la claridad y el fulgor del Sol. Tanta fue su devoción, que el Sol adoptó la forma de su amor; una joya escarlata. No obstante, un día, los enemigos del dragón se adentraron sigilosamente a su cueva. El dragón dormía profundamente, portando en sus patas la preciada joya. Con sumo cuidado, le arrebataron su preciada propiedad y en su lugar, dejaron desgracia y tragedia.

Cuando el dragón despertó, descubrió que le habían arrebatado su joya. Estalló en cólera y comenzó a echar fuego por la boca, lanzándose montaña abajo en su búsqueda. Rastreó todos los rincones del mundo, hasta que divisó en la lejanía un Imperio, en él, un girasol vidente gemía en dolor. Con dientes, furia y mal, el dragón se precipitó hacia el Imperio y gritó con todas sus fuerzas: «¡Devolvedme mi Sol!» La Corte Imperial estaba aterrorizada.

En un intento por zafarse del dragón, mandaron a cargar el cañón más grande y dispararon contra él. El dragón vio como entre la nube de pólvora salía una perla y pensó que era su joya. Abrió la boca para recogerla, y se hundió en las profundidades del fuego; de su muerte y destino. La Corte Imperial regresó triunfante, y la joya se convirtió en la persona más poderosa de todos los reinos; el emperador Wu Yuan de Zhou.

No obstante, la leyenda no concluye allí. Cuán grande fue el amor y devoción del Gran Dragón. Que luego que sus cenizas se disiparon, retornó a la vida, ansioso de volver a encontrar su joya. Se dice también que, en aquel tiempo, existió un guerrero, valiente de corazón, que ni cuentos ni historias le infundían pánico. Y viendo un acabose en su propio Sol, decidió salir y cazar al dragón.