El reflejo que mostraba su espejo era desconocido. No era ella, de eso estaba segura. Sus mejillas y ojos estaban rojos y no era por el frío. Lo había perdido, lo había perdido por su maldita cobardía. Una vez más Sadie había cedido a la presión y había perdido al único chico que la aceptaba tal y como era. Y ahí se encontraba vulnerable y con el alma hecha añicos.