SEGUNDO LIBRO. Bast y yo no teníamos muchas cosas en común pero poco a poco comenzamos a desarrollar algunas. Le gustaba enloquecerme y a mi me gustaba ser una demente. Le gustaba la sangre contratarse con mi piel, y a mi me gustaba las tinas llenas de sangre en la que nos sumergíamos. Le gustaba saber que yo era totalmente suya, y a mi me gustaba hacerle creer que lo era. Pero lo que más nos gustaba era nuestra extraña relación, porque podíamos matarnos entre nosotros, pisotear nuestros sueños, acabar con todos a nuestro al rededor pero volveríamos a dormir en la misma cama al final del día. Después de todo nosotros éramos así; tan enfermizos que era adictivo.