Abrí la puerta y la cerré después de entrar, procurando hacer el menor ruido posible. La sala era cuadrada. No muy grande. A la derecha había una ventana que iluminaba la habitación. Justo al frente había unos micrófonos y algo que me recordaba a una sala de grabación. Y a la izquierda, un gran piano de pared cerrado. Parecía que no lo habían tocado en mucho tiempo. Me acerqué con pasos temblorosos a él y lo destapé. Retiré la banqueta y me senté. Mis manos empezaron a fundirse en el teclado haciendo sonar la melodía que a mi abuelo tanto le gustaba. Sonreí al recordarlo y mis ojos se llenaron de lágrimas. Una de ellas calló en una tecla, y en ese mismo momento escuché la puerta abrirse. Muy bien. Me habían pillado allí metida sin ni siquiera haber pedido permiso para entrar. De pronto, mis dedos se separaron de las teclas. Esperaba quizás una vocecilla infantil diciéndome “Vamos a cenar,Ámber” o, si acaso, alguien que me regañara. Sin embargo una voz completamente inconfundible llenó mis oídos: -¿Por qué paras? Sonaba muy bien. Me di la vuelta y vi a escasos metros de mi aquella cara con la que tantas noches había soñado, aquella sonrisa que me hacía perder la cabeza, y aquellos hipnotizadores ojos azules que me cortaban la respiración.All Rights Reserved