Allí plantada delante mi ventana, viendo la nieve caer y cubrir toda la ciudad con su manto blanco, observando la felicidad de los más pequeños, de sus padres, y en especial, de las afortunadas parejas a las que la postal romántica acompañaba esa fría mañana de enero, me di cuenta de que el amor aún tenía mucho que decir en mi vida o, al menos, eso esperaba yo cada noche al cerrar los ojos. Y no cualquier amor. Yo ya sabía lo que era ser consumida por la pasión y el dolor de una relación tóxica; estar en una nube de risas, besos y fantasías; sudar y rugir durante un encuentro salvaje. Para ser tan joven, me preguntaba qué me quedaba por conocer. Qué ingenua, pensaréis; bueno, definitivamente Dios, el destino, o lo que queráis creer, tenía grandes planes para mí. Todo empezó con aquella nevada histórica en Madrid...
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