Mi tía dice que un libro es una ventana abierta al mundo,
creo que a ella le debo todo.
Creo que prácticamente esas palabras deberían encumbrar
la literatura.
La lectura le da un valor efímero a las inseguridades,
claro, por eso, ahora yo estoy poniendo título a este libro de poemas
como la última tarde de febrero, ¿por qué febrero, y no enero? ¿por qué última y no la primera de muchas? bueno, porque creo que este año febrero sí que va a ser bisiesto de verdad, porque realmente, no vamos a ser capaces de salir a las calles sin sentir nostalgia, nostalgia por los que se han ido, por las miradas perdidas. Por los encontronazos a mitad de la calle, sin poder poner un dedo encima. No sé si es un libro de oda a la nostalgia o una manera de bailar con ella en vez de reprimirla. Sólo sé que este libro empezó con una frase hecha y muy pocos testimonios para después. Incluso, tal vez la soñé.
" Yo que abrí esa ventana en Brujas"
sí, una ventana abierta en Brujas, un tren dormido en Colonia y quizá un año bisiesto en todos los lugares menos en los que yo vivo. Porque soy una mente que vuela, prácticamente no estoy quieta. Nunca paro, aunque me veas dormida. Puede que tenga los ojos cerrados, pero estoy volando tan lejos como las catedrales belgas.
Me gustan los libros con sabor a una letra mojada, a una hierba húmeda, y a Mercurio incapaz de sonreír desde los grados bajo cero de la lámpara.
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