En el año 2.594 nuestra ciudad se erguía imponente y perfecta, creciendo sobre la destrucción y la guerra que nos había azotado hacia cientos de años, rodeada por los altos muros blancos que nos protegían de un exterior salvaje y deteriorado. Éramos acechados por mutantes e infectados radioactivos que amenazaban nuestra existencia. Nuestro imperio, construido sobre una base científica, era más fuerte que nunca. Nadie cuestionaba las Reformas, ninguno dudaba de nuestro gobierno, todos vivían en armonía y nadie se preguntaba qué clase de mundo prosperaba al otro lado del muro. Todos, excepto yo.