Sobre una silla y con aspecto cansino se encontraba el estereotipo de macho americano que todas y algunos deseaban, un hombre fornido, alto y con pinta de aburrido, no debía pasar los 38 y con una abundante barba negro azabache, el pelo a rape y las orejas acompañadas por una pequeña perforación. Sobre sus anchos hombros y espalda había una chamarra de cuero de buen gusto, todo esto lo había dejado aturdido. No hallabas carne de primera calidad en los bares de la ciudad de Sta. Lucía. El hombre bebió de su cerveza como si estuviera despechado y la asentó con dos dedos sin cautela.