Kim seokjin creía recordar firmemente a su madre alardear y casi lloriquear mientras veía el noticiero de las diez de la mañana. En ese momento no sabía que aquellos sonidos agudos, insultos y frases cargadas de miedo se trataban de algo serio. Y conociendo lo exagerada que llegaba a ser su madre, no pudo hacer más que rodar los ojos e irse. Quizás debió estar atento. Quizás debió escucharla. Porque el reportero hablaba de cifras, de números graciosos y de conejitos de circo. Precisamente del asesino que le miraba fijamente a través de la tétrica máscara.